aunque
mi hermana klava era la mejor cazando estrellas y yo volando con las aletas,
allochka era única imaginando. allochka
la imaginadora, le llamábamos. mi madre siempre nos decía que con mis
aletas, las estrellas de klava y la imaginación de allochka podríamos llegar a
donde quisiéramos. y tenía razón. aunque
la abuela nicolashka no nos dejaba que,
en nuestros juegos, llegásemos más allá del bosque de abedules, la verdad es
que, aunque ella nunca lo supo (o a lo mejor sí) siempre llegábamos más allá…con
mis aletas, las estrellas y la imaginación, claro.
una
de las cosas que más nos gustaba cuando llegaban las primeras tardes de verano,
era sentarnos a merendar en el porche. la abuela nos preparaba un delicioso pan negro y un prianiki con nueces que nos hacía llorar de
felicidad. sentadas en aquel porche de
madera blanca, un poco raída por la carcoma, escuchábamos cantar a la abuela
mientras planchaba en el cuarto de costura. yo adoraba ese cuarto. siempre
lleno de unas telas maravillosas que me hacían volar casi tanto como las
aletas. y un olor siempre a limpio y a flores pequeñitas como
las que mamá nos colaba en nuestras habitaciones cuando estaba en casa.
los
prianikis de la abuela nicolashka eran conocidos por todo el mundo en nuestra
pequeña aldea, no sólo por su sabor sino
por los dibujos con los que los
adornaba. a mis hermanas y a mi nos daba
muchísima pena empezar el prianiki. no queríamos romper ningún pedacito de
aquellos líneas tan delicadas que la abuela había trazado sobre la masa. así
que la espera en silencio antes de atrevernos a cortar el primer pedazo se
convirtió para nosotras tres en un ritual. nos quedábamos calladas un buen
rato, observando la escena, siempre diferente, que la abuela había dibujado
sobre ese dulce de harina de centeno. los
prianikis de la abuela nicolashka eran trozos de felicidad que todavía conservo
en mi memoria después de tantísimos años.
aquellos
momentos en el porche, con nuestra merienda y las canciones rusas de la abuela,
eran tan mágicos como las apariciones inesperadas de mamá. todo se volvía de un
color rosa palo y olía igual que aquellos palitos de vainilla que la abuela
usaba en la cocina. yo con mis aletas puestas les contaba a klava y a allohcka
las vistas que había desde las nubes más altísimas: pequeños países con campos
dorados y verdes, huertos repletos de sol y fruta, niñas como nosotras montadas
en elefantes, gente siempre feliz con unas vidas como de cuento….
allochka con
su imaginación siempre iba más allá y
era la que elaboraba historias increíbles sobre todo lo que yo veía. mientras,
klava llenaba todo con las estrellas que había salido a cazar la noche
anterior. y así, llegábamos siempre tan lejos….
Preciosos relatos y preciosas ilustraciones!
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